Para el habitante de Nueva York, París o Londres,
la muerte es la palabra que jamás se pronuncia
porque quema los labios.
El mexicano, en cambio,
la frecuenta, la burla, la acaricia,
duerme con ella, la festeja,
es uno de sus juguetes favoritos
y su amor más permanente.
Octavio Paz
El Laberinto de la Soledad, 1961
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